Lectura y Cerebro
¿Qué procesos intervienen en nuestra
capacidad lectora?
La lectura es, además de un
placer, un acto sumamente beneficioso para nuestro cerebro, ya que
aumenta la capacidad de concentración, promueve la empatía y representa un
ejercicio útil para evitar la pérdida de las funciones cognitivas.
Leer produce modificaciones en la anatomía
cerebral, favoreciendo las conexiones nerviosas, ya que aumenta notablemente la
actividad cerebral, especialmente en el hemisferio izquierdo. Cuando leemos una
palabra aislada, se estimulan numerosas zonas del cerebro y cuando
tratamos de comprender un texto, nuestro cerebro completa los datos del
mismo con la propia experiencia e imaginación. Al leer, somos capaces de
recrear situaciones, escenas, rostros o estados emocionales con toda fidelidad,
y al hacerlo se estimulan zonas del cerebro similares a las que se
activarían si realizáramos ésas mismas acciones en nuestra vida real.
La lectura es una capacidad
humana aprendida, que requiere de un trabajo conjunto de retina y cerebro para
la captación de las imágenes de las letras, su agrupación en sílabas y su
posterior procesamiento del significado de las palabras. Desde la aparición
relativamente reciente de la escritura, hace 5.400 años, nuestro cerebro y
nuestro sistema visual han requerido de una adaptación para el reconocimiento
de los caracteres que la componen. Gracias a este trabajo conjunto entre retina
y el cerebro somos capaces de descifrar la escritura y entender su
significado. Para ello, la fóvea, área central de la retina, recibe la
información visual. La fóvea es la única parte de la retina que tiene una alta
concentración de células fotorreceptoras sensibles al color, mientras que el
resto de la retina contiene células fotosensibles monocromáticas,
especializadas en la captación del movimiento. Es por ello que la fóvea es la
parte de la retina encargada de la visión en alta resolución. Al ser su
diámetro aproximado de 0.5 milímetros, sólo abarca un campo visual de 15
grados, por lo que sólo somos capaces de reconocer entre siete y nueve letras
al mismo tiempo. Como resultado, y aunque no somos conscientes de ello, leemos
mediante movimientos rápidos del ojo, de entre 20 y 200 milisegundos,
denominados movimientos sacádicos, que nos permiten detectar las partes
relevantes y construir nuestro mapa mental. Cada movimiento sacádico transmite
información al cerebro a través del nervio óptico, conservando también
la información relativa al brillo y al contraste. Para que fuéramos capaces de
captar una escena completa en alta resolución, el diámetro de nuestro nervio
óptico debería ser mayor que el diámetro del propio nervio ocular.
En los momentos previos a los
movimientos sacádicos del ojo, se produce lo que se llama enmascaramiento
sacádico o supresión sacádica, fenómeno causante de que, pese a percibir las
imágenes de manera discontínua, no tengamos la sensación de que momentáneamente
se ha interrumpido la trasmisión de información al cerebro. Para
observar este fenómeno, podemos realizar un simple experimento consistente en
situarnos a unos 45 cm de un espejo y observar nuestros ojos de manera
sucesiva. No conseguiremos captar el movimiento de los ojos, pero tampoco
tendremos la sensación de que la imagen ha sido interrumpida en ningún momento.
En el aprendizaje de la lectura juega
un papel fundamental la región del lóbulo occipito-temporal izquierdo, situado
en la parte trasera de la cabeza, detrás de la oreja izquierda. Hasta hace unos
años, se sabía que esta región tenía implicaciones durante la lectura,
ya que se activaba al realizar esta actividad, pero ahora sabemos que no sólo
está implicada, sino que es indispensable para ella, ya que su extirpación
provoca fallos tanto en la lectura como en su comprensión. Los estudios
realizados al respecto muestran que todas las personas, independientemente del
idioma o del grado de aprendizaje lector, muestran activación en esta zona
durante la lectura, incluso en el caso de los textos en árabe o en hebreo, que
se leen de derecha a izquierda.
Es sorprendente a este respecto que un
elemento cultural como es la lectura, muy reciente en términos de
evolución e innecesario para la supervivencia de la especie, ha acabado
teniendo un espacio propio en el cerebro.
Al igual que la capacidad de leer no
es innata, sino aprendida, esta habilidad se puede mejorar con entrenamiento
hasta cierto límite. Las personas que tienen la lectura como hábito
pueden llegar a leer entre 400 y 500 palabras por minuto, pero este
límite es difícilmente superable por las características biológicas propias de
la fóvea.
Los investigadores temen que los hábitos creados por las nuevas formas de
comunicación produzcan una alteración de la capacidad de concentración en
la lectura, debido al poco vocabulario que se maneja y las abreviaturas
utilizadas, y que esto desemboque en que evolucione de manera negativa nuestra
capacidad lectora y con ello mermen los beneficios que provoca en nosotros la
lectura, tales como el incremento del vocabulario, la mejora en la ortografía,
el perfeccionamiento en la manera de hablar, las habilidades sociales, la
capacidad de síntesis o la empatía. De la misma forma, el aumento de las horas
que la media de la población dedica a ver la televisión, va en detrimento del
proceso mental más complejo que requiere la lectura, ya que en la
mayoría de programas prima más la espectacularidad que el contenido, y el
espectador es un mero elemento pasivo en contra de lo que ocurre con la lectura,
donde participa activamente.