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segunda-feira, 19 de agosto de 2013


Lectura y Cerebro

 

¿Qué procesos intervienen en nuestra capacidad lectora?

 



La lectura es, además de un placer, un acto sumamente beneficioso para nuestro cerebro, ya que aumenta la capacidad de concentración, promueve la empatía y representa un ejercicio útil para evitar la pérdida de las funciones cognitivas.

 

Leer produce modificaciones en la anatomía cerebral, favoreciendo las conexiones nerviosas, ya que aumenta notablemente la actividad cerebral, especialmente en el hemisferio izquierdo. Cuando leemos una palabra aislada, se estimulan numerosas zonas del cerebro y cuando tratamos de comprender un texto, nuestro cerebro completa los datos del mismo con la propia experiencia e imaginación. Al leer, somos capaces de recrear situaciones, escenas, rostros o estados emocionales con toda fidelidad, y al hacerlo se estimulan zonas del cerebro similares a las que se activarían si realizáramos ésas mismas acciones en nuestra vida real.

 

La lectura es una capacidad humana aprendida, que requiere de un trabajo conjunto de retina y cerebro para la captación de las imágenes de las letras, su agrupación en sílabas y su posterior procesamiento del significado de las palabras. Desde la aparición relativamente reciente de la escritura, hace 5.400 años, nuestro cerebro y nuestro sistema visual han requerido de una adaptación para el reconocimiento de los caracteres que la componen. Gracias a este trabajo conjunto entre retina y el cerebro somos capaces de descifrar la escritura y entender su significado. Para ello, la fóvea, área central de la retina, recibe la información visual. La fóvea es la única parte de la retina que tiene una alta concentración de células fotorreceptoras sensibles al color, mientras que el resto de la retina contiene células fotosensibles monocromáticas, especializadas en la captación del movimiento. Es por ello que la fóvea es la parte de la retina encargada de la visión en alta resolución. Al ser su diámetro aproximado de 0.5 milímetros, sólo abarca un campo visual de 15 grados, por lo que sólo somos capaces de reconocer entre siete y nueve letras al mismo tiempo. Como resultado, y aunque no somos conscientes de ello, leemos mediante movimientos rápidos del ojo, de entre 20 y 200 milisegundos, denominados movimientos sacádicos, que nos permiten detectar las partes relevantes y construir nuestro mapa mental. Cada movimiento sacádico transmite información al cerebro a través del nervio óptico, conservando también la información relativa al brillo y al contraste. Para que fuéramos capaces de captar una escena completa en alta resolución, el diámetro de nuestro nervio óptico debería ser mayor que el diámetro del propio nervio ocular.

 

En los momentos previos a los movimientos sacádicos del ojo, se produce lo que se llama enmascaramiento sacádico o supresión sacádica, fenómeno causante de que, pese a percibir las imágenes de manera discontínua, no tengamos la sensación de que momentáneamente se ha interrumpido la trasmisión de información al cerebro. Para observar este fenómeno, podemos realizar un simple experimento consistente en situarnos a unos 45 cm de un espejo y observar nuestros ojos de manera sucesiva. No conseguiremos captar el movimiento de los ojos, pero tampoco tendremos la sensación de que la imagen ha sido interrumpida en ningún momento.

 



En el aprendizaje de la lectura juega un papel fundamental la región del lóbulo occipito-temporal izquierdo, situado en la parte trasera de la cabeza, detrás de la oreja izquierda. Hasta hace unos años, se sabía que esta región tenía implicaciones durante la lectura, ya que se activaba al realizar esta actividad, pero ahora sabemos que no sólo está implicada, sino que es indispensable para ella, ya que su extirpación provoca fallos tanto en la lectura como en su comprensión. Los estudios realizados al respecto muestran que todas las personas, independientemente del idioma o del grado de aprendizaje lector, muestran activación en esta zona durante la lectura, incluso en el caso de los textos en árabe o en hebreo, que se leen de derecha a izquierda.

 

Es sorprendente a este respecto que un elemento cultural como es la lectura, muy reciente en términos de evolución e innecesario para la supervivencia de la especie, ha acabado teniendo un espacio propio en el cerebro.

 

Al igual que la capacidad de leer no es innata, sino aprendida, esta habilidad se puede mejorar con entrenamiento hasta cierto límite. Las personas que tienen la lectura como hábito pueden llegar a leer entre 400 y 500 palabras por minuto, pero este límite es difícilmente superable por las características biológicas propias de la fóvea.

 

Los investigadores temen que los hábitos creados por las nuevas formas de comunicación produzcan una alteración de la capacidad de concentración  en la lectura, debido al poco vocabulario que se maneja y las abreviaturas utilizadas, y que esto desemboque en que evolucione de manera negativa nuestra capacidad lectora y con ello mermen los beneficios que provoca en nosotros la lectura, tales como el incremento del vocabulario, la mejora en la ortografía, el perfeccionamiento en la manera de hablar, las habilidades sociales, la capacidad de síntesis o la empatía. De la misma forma, el aumento de las horas que la media de la población dedica a ver la televisión, va en detrimento del proceso mental más complejo que requiere la lectura, ya que en la mayoría de programas prima más la espectacularidad que el contenido, y el espectador es un mero elemento pasivo en contra de lo que ocurre con la lectura, donde participa activamente.